Esto de los Clubs de Lectura tiene sus puntos positivos porque siempre haces descubrimientos reveladores, amén del placer de hacer descubrimientos normales como leer o releer en buena compañía, junto a gente con conversación, a escritores que no conocías, no conocías lo suficiente o creías conocer y casi siempre apreciabas por razones indebidas o al menos desenfocadas. El tiempo, la relectura y la discusión crítica pone a las cosas en su sitio. Y eso nos ha pasado con casi todos los escritores, así a Cornell Woolrich -o William Irish- y a David Goodis, por ejemplo, los hemos elevado a los altares que les correspondían en la historia del género criminal, y a Hammett y Chandler -dos de sus dioses indiscutibles- les hemos quitado algunas de sus plumas de arcángeles de ese olimpo con minúsculas. También hemos confirmado en sus respectivas hornacinas santorales a escritores pioneros como García Pavón, Juan Madrid, Pérez Reverte o Vázquez Montalbán, aunque siga persistiendo algún desacuerdo en su precesión (y en sus respectivas intenciones autorales).
De Vázquez Montalbán me ha quedado un profundo respeto por su mirada hacia el género, patente en su misma prosa, propia de una escritura de frontera, de obras que transitaban las alambradas entre la subcultura y la cultura, y personajes e historias bastardas que, lleguen adonde lleguen, jamás perderán su condición de espaldas mojadas, ni su capacidad de contar y describir cosas que sólo pueden contarse o percibirse de ese modo mestizo. Es revelador de una de las condiciones esenciales de la narrativa criminal: su naturaleza de literatura popular y su capacidad en ocasiones de generar obras literarias, esos mutantes de los que hablaba Montalbán.
Pero no es una excepción, había decidido que volviéramos a Estados Unidos con la mala intención de mostrar a un escritor al que presumo como uno de los epígonos del género criminal realista americano, Donald Westakle. Un tipo genial desde su misma condición de epígono, que escribe en los sesenta y los setenta (y los ochenta y los noventa), que se sabe un escritor menor y que contradice esa autoconciencia con obras magistrales por su capacidad de combinar humor y realismo. ¿Os suena esa fórmula si viajamos a finales del siglo XVI y topamos con alguien que está dispuesto a meterle mano a las novelas de caballerías escribiendo tal vez la más descreída y mejor de todas ellas?
Sin embargo, el obligado estudio de un escritor hace que salten sorpresas, porque Westakle surge como un lector de una colección muy popular -Gold Medal- y muy «pulp», leyendo a escritores que conocemos, como Himes o Goodis o Woolrich, y que no conocemos como Peter Rabe o Clifton Adams, seguramente poco recomendables, y si por un lado es capaz de crear en su narrativa a un personaje como Dortmunder -más Sancho Panza que Quijote, pero con vocación de tapa dura y de ajustar cuentas con un género que parecía haberlo dado todo- por otro, su deuda con el pulp le hace concebir a otro como Parker, un tipo duro, un asesino en el más puro estilo duro de los comienzos -destinado a la rústica de Gold Medal y firmado con el seudónimo de Richard Stark-, y cuando intenta publicarlo… pero mejor que lo cuente él mismo: «Así que escribí el libro, sobre este hijo de perra llamado Parker, y en el curso de la historia no pude evitar que empezara a gustarme… Me gustaba, pero le maté. Al fin y al cabo, era un rufián y mataba a gente, y yo quería que alguien publicara el libro. En 1962, la mentalidad [que] seguía predominando [es] que los malos acababan mal… Gold Medal rechazó el libro… y finalmente un editor llamado Bucklyn Moon, de Pocket Books, me telefoneó y dijo: «Me gusta Parker. ¿Hay modo de que rehaga el libro para que Parker se escape, y después nos escriba dos o tres libros anuales acerca de él?».
Bueno, pues, Westakle Westakle emprendió su carrera como epígono con piezas maestras como Un diamante al rojo vivo o ¿Porqué yo?, pero no renunció a una doble personalidad como Richard Stark, escritor de «crook stories» en la más pura tradición de la novela pulp de crímenes, y el caso es que vendió mejor y llevó más veces al cine a Parker que a Dortmunder. Hasta el punto de que Westakle Westakle empezó a sentir celos de Westakle Stark… Habrá que leer ambas versiones para saber si con razón o no. Lo tenéis todo en la biografía del escritor y en la interesante introducción a su novela The Hunter (A quemarropa). ¿Otro caso de mestizaje entre cultura y subcultura del que tanto le gustaba hablar a Montalbán?
Empezaremos con Dortmunder y seguiremos con Parker.
Os espero a todos en nuestro siguiente club de lectura, que será el miércoles 25 de enero del año inminente.
Mis mejores deseos para el año entrante.