Decía en mi anterior convocatoria de nuestro club que estudiar un poco a fondo a los escritores, más o menos leídos y/o conocidos o no, sobre los que tenemos expectativas suele producir sorpresas, y Westakle no iba a ser una excepción. A priori, debo confesar que lo tenía por un epígono de la novelística criminal, creo que incluso él mismo se tenía por tal cosa. Algunos de nuestros compañeros de club no ocultaron su sensación de que era un escritor menor, y creo que Westakle se consideraba un poco como tal por una cuestión de humildad. Algo así como que después de escritores como Hammett y Chandler, o James Cain o William Irish o Chester Himes o Jim Thompson, fuera un poco petulante seguir pretendiendo dar la talla y mantener el nivel. Cosa muy lejos de ser pretendida por quien se confesaba admirador de todos ellos como Westakle, que había sido además lector de colecciones muy populares. Así que el humor satírico parecía una buena coartada para rendir homenaje a los grandes sin pretensiones de emularlos por lo que crea a un personaje como Dortmunder -algo Sancho Panza, insisto- y unas tramas muy divertidas que rozan lo inverosímil. Vale, perfecto todo encaja. Muy divertido, pasemos a otra cosa.
Pues no.
Esta vez la sorpresa es la revelación de que estamos ante un escritor excepcional. Con tramas muy inteligentes y personajes y situaciones que son tan increíbles como la misma realidad, que además es capaz de retratar de forma satírica con apenas unas pinceladas. En un Diamante al rojo vivo es capaz de dar cinco golpes que darían para cinco novelas diferentes sin despeinarse ni, otra crueldad, renunciar a su objetivo (la ignorancia es muy atrevida). En ¿Por qué yo?, Westakle hace que Dormuntder se las vea y se las desee para deshacer el mayor logro de su carrera como ladrón y al revolver el gallinero de la ley y el orden (y de la política internacional de la que la cosmópolis es escaparate), consigue trazar un cuadro genial de nuestra sociedad.
Pero Westakle no podía estarse quieto sin tocar el palo de la «novela negra dura» (esas crook & toughs stories que tan bien habían contado Burnett, Cain o Thompson), así que firmando con el seudónimo de Richard Stark -no fueran a pensar los lectores que se trataba del blando buenazo de Donald y lo volvieran a condenar a ser un escritor menor- se saca de la manga a un hijo de perra llamado Parker, y gusta tanto a un editor llamado Bucklyn Moon,que prácticamente lo contrata a cambio de que no se lo cargue. Y hasta lo llevan al cine con estructuras narrativas vanguardistas en «A quemarropa» de la mano de un John Boorman, que en el futuro se guardará mucho de abandonar los patrones clásicos.
Bien, pues vamos a ver cómo se porta Parker en The Hunter (inevitablemente traducida como A quemarropa) de verdad. Y si podéis también en La luna de los asesinos. Puede que la sangre y la violencia le quiten ese tono menor y lo conviertan en un escritor en re mayor.
Yo ya adelanto que me quedo con el Westakle Westakle, no con el Westakle Stark, porque ya le perdoné a Chester Himes que escribiera novelas sorprendentemente vivas, realistas, violentas hasta el absurdo y sardónicas hasta dejarte la sonrisa congelada, por encargo de un editor francés sin que nadie lo haya visto en clave de fa menor, así que no puedo por menos que perdonar a Donald por intentar escribir en re mayor por encargo de otro americano (que debía conocer muy bien lo que funcionaba y lo que no en eso de las subculturas literarias, casi seguro que mucho mejor que el francés).
Pero vosotros seguir ciegos con vuestras semanas y novelas negras en fa, o re o si mayor. Dicho sea con todo el cariño del mundo. Seguiremos con Parker (y quien quiera también con Dortmunder).