Una vez más, reitero mi invitación a todos los que tengáis aunque sea una ligera curiosidad por conocer un poco más al famoso género criminal, «negro» o policial que tanto ha influido en la literatura como en el teatro y el cine contemporáneos, y una vez más os animo a que participéis hayáis leído o no las lecturas objeto de nuestras tertulias.
Pese a que la convención literaria debería hacernos retroceder unos pocos años de las historias de MacDonald, ambientadas en los años 40 de la postguerra, para dejar la California del último detective privado digno de este oficio en la narrativa americana, y desembarcar en otro de los grandes de la literatura de crímenes, James M. Cain, en los tiempos de la depresión y de preguerra, y descubrir la otra gran rama de la novela criminal, las historias «duras» de criminales, que giran en torno a la psicología de personas corrientes y comunes que terminan cayendo en el crimen, cualquier club de lectura que se honre no debería pasar de puntillas ni ignorar a Horace Mccoy, escritor menos conocido que, aunque impactante, todavía se ha seguido calificándolo como autor menor o menos importante, al igual que la crítica más superficial. Es cierto que coetáneos suyos, como el mucho más conocido James M. Cain, con su famosa novela (y película) El cartero siempre llama dos veces, o casi coetáneos como Cornell Woolrich, David Goodis o Jim Thompson, siempre se han beneficiado de más fama, pero una consideración un poco más profunda de las cosas obliga a leer tanto a Mccoy como a Cain pero a comentarlos por separado. A fin de cuentas, nos encontramos con dos escritores que nacen en los años noventa del siglo XIX y aunque mueren en 1955 (Mccoy) y en 1978 (Cain), escriben sus mejores novelas en los años 30 y 40, y absorben ese mundo terrible de los años de la depresión, al menos lo suficiente como para escribir las obras más prototípicas del género criminal americano en su rama «tough» o «dura». Ya hablaremos de las peculiaridades de Cain y su maestría en definir a la femme fatal.
Horace Mccoy fue tal vez el escritor más ignorado y olvidado por la crítica y los editores norteamericanos, y se vio obligado a trabajar de guionista haciendo un trabajo que aquí conocemos como de «negro». «Tuvieron que pasar 40 años -nos dice el traductor de la versión española de Los sudarios no tienen bolsillos- desde sus primeras publicaciones para que los nuevos críticos norteamericanos revaluaran su trabajo. Foster Hirsch calificó su obra como la «de un contenido social más preciso» de toda la literatura hard-boiled; O’Brien situó sus libros en «el centro de la narrativa negra»; Saturack descubrió sus novelas como «brillantes», llegando todos ellos con 20 años de retraso al reconocimiento que al trabajo de McCoy habían otorgado en Francia personajes como Jean Paul Sartre o André Malraux». Ya sabéis de la mano de quién conocieron estos últimos las obras de Mccoy: de la famosa Sèrie Noir de Gallimard.
De hecho, uno de los elementos clave que caracteriza para muchos españoles a la «novela negra» -concepto en el que he insistido mucho que no creo- es su contenido de crítica social y, pese a que siempre he creído que este elemento es vasallo del realismo que caracteriza y es sustancial al género, en Horace Mccoy, si hay algo que resulta patente es su mirada acerca de la violencia como fruto de la marginación económica y de la opresión social, algo que no es necesario discutir con sólo recordar la trama de su novela más famosa: ¿Acaso no matan a los caballos?, gracias a la película de Sydney Pollack, Danzad, danzad, malditos.
Nuestro autor elegido es por tanto Horace Mccoy, y como sus novelas son relativamente cortas, leeremos dos de sus mejores obras: ¿Acaso no matan a los caballos? y Los sudarios no tienen bolsillos. Espero que profundizar en este escritor nos permitirá descubrir una vez más que apartarse de la senda de los más famosos siempre nos aporta sorpresas y revelaciones interesantes.
Os espero a todos en nuestro siguiente club de lectura, que será el miércoles 15 de febrero.