Decía en nuestro anterior correo que nos iba haciendo falta un revulsivo, un escritor que no sea como esperamos y que nos cause o proporcione una sorpresa, y citaba a Horace Mccoy, a Cain, a Woolrich, y se me olvidó citar tal vez al que nos dio la mayor sorpresa, Charles Williams. Decía que también tendríamos que leer y conocer a escritores malos (malos en el sentido de malos escritores y/o de escritores «fachas», valga la palabreja lo que valga). Y haberlos los hay: junto al Mickey Spillane y su Mike Hammer encontramos a Michel Avallone y su Ed Noon, y en los inmediatos 60 nos encontramos a escritores que se han librado de ese estigma casi de milagro, como sin ir más lejos le ocurrió a Chester Himes, padre de dos policías negros algo brutales y de gatillo fácil, Ataúd Jhonson y Sepulturero Jones, que hicieron nuestras delicias la temporada pasada. En realidad Himes se libró de ese estigma en Francia y España por ser negro (lo que le daba patente de corso de crítico social progresista), en EE.UU. fue absolutamente ignorado por la acidez de sus novelas (como Jim Thompson) y por no sumarse a los lloriqueos étnicos afroamericanos tan en boga a partir justamente de los 60.
Hay que reconocer que la primera novela de Spillane, Yo el jurado, es torpe y bastante insufrible, Un caso tortuoso se sostiene algo mejor, pero tampoco es ninguna joya. Pero es conveniente recordar un pequeño detalle: las novelas sólo pueden juzgarse como estructuras narrativas válidas o no, no como plataformas de valores morales o políticos encarnados en sus personajes, y si Spillane hubiera sabido construir sus personajes e historias como lo hizo Chester Himes, sería tan bueno como Chester Himes, o como Jim Thopsom, sin ir más lejos, cuya distancia con una visión brutal y pesimista de la sociedad y del ser humano, como la de Himes, es la del escéptico con la del nihilista.
Pues bien, Ed Mcbain (Salvatore Lombino, en realidad, que cambió su nombre como tantos para parecer más americano por el de Evan Hunter) es uno de esos escritores que van a dar un empujón clave a los cánones del género criminal americano, apartándolo de los tópicos del detective y del criminal (circunstancial o profesional) y arrimándolo a las comisarías de policía. Efectivamente, la decadencia del detective ya era manifiesta en Mccoy y Cain, y neta en Himes y Thompson, pese a los buenos oficios de McDonald y su simpático Archer. Justo es en este momento cuando Spillane sigue intentando mantener a esa figura detectivesca con el «duro» Mike Hammer, con un éxito de ventas que no ha sobrevivido al paso del tiempo. Mcbain con sus protagonistas corales de la comisaría del Distrito 87 dará el definitivo impulso para que la narrativa criminal americana se convierta de forma hegemónica en narrativa policial, y todavía más, incluso para que dos periodistas suecos que ya conocemos, Söjwall y Wahllöö, se inspiren en los personajes del distrito 87 para crear a su grupo de homicidios de Estocolmo, liderados por Martin Beck, al igual que el teniente Byrnes lidera a sus policías de la 87. Con Mcbain, las investigaciones policiales son auténticas investigaciones, los procedimientos forenses son auténticos procedimientos forenses y los criminales, auténticos criminales, de esos que se encuentran en cualquier gran ciudad americana. Y todo ello pese a que en la Europa del sur (e incluso en Francia) se vaya a seguir cultivando el género a base de alejarse de las comisarías todavía durante un par de décadas.
De alguna manera, Himes, Spillane, Thompson, Westakle y Mcbain, cada uno a su modo peculiar, han acabado con el reino de los detectives, tanto aristocráticos y elegantes, como con traje arrugado y botella del whisky en el cajón inferior de su mesa de despacho.
Ed Mcbain es también responsable de inspirar a una famosa serie americana de los 80, que marcó desde entonces las incontables series televisivas que han influido tanto en nuestras expectativas en esta materia de Bretaña que se pretende llamar novela negra. Me refiero a la inefable Canción Triste de Hill Street, en donde la realidad social y la grandeza y miseria humanas se colaban por todos los fotogramas. Vamos a leer su primera novela Odio (Cop Hater), aunque nunca está demás leer alguna posterior cuando todos los personajes han cuajado un poco mejor, como ocurre con Ojo con el sordo.