Maj Söjwall y Per Wahlöö: El hombre del balcón y Los terroristas

id_11076_balconLa cronología siempre es el criterio rey para mí (sin que tenga que resultar rígida) y la cronología de los 60, nos enfrentaba a un dilema: o seguir en Estados unidos y conocer a Chester Himes, que pese a su peculiar estilo caótico no resulta fácil dejar de leer y de disfrutar, o nos toca volver a cruzar el charco y ver qué era lo que estaba pasando en Europa. Y la renovación de la novela policíaca (o si somos rigurosos, de la narrativa criminal en forma de tal) se produce en Suecia y se va a quedar en Escandinavia casi desde entonces. Simenon no puede hacer olvidar su condición de escritor de derechas (brillante y realista, incluso crítico) pero con un pasado tenebroso; los españoles se van a debatir entre la imitación de la novela negra americana (Reverte, Madrid), su epifanía (Vázquez Montalván) o la adaptación al costumbrismo (García Pavón); los franceses entre la novela política de izquierdas (Manchette) y el psicodrama de suspense (Narjenac & Boileau, inspiradores del Vértigo de Hitchcock); los italianos entre la ruptura de Servanenko y el estilismo de Giovanni; los ingleses aferrados al formalismo de P. D. James… Es entonces cuando en 1965 aparece una pareja de periodistas suecos, Maj Söjwall y Per Wahlöö, que publica una novela: Rosseanna…  El cadáver de una chica aparece en Estocolmo cuando se draga un canal… Nadie la ha echado de menos, nadie conoce su identidad, no hay presión mediática ni policial por resolver el asunto, sólo la tenacidad de un policía sin cualidades ni atractivos especiales, un hombre normal, incluso algo gris, con problema familiares de lo más vulgares, Martin Beck. Desde ese año, las traducciones de las novelas de Maj Söjwall y Per Wahlöö se multplican, y con el certificado de calidad sueco los países del sur de Europa (incluida Francia) empiezan a contemplar la posibilidad de que existan policías con el mismo nivel de honradez y heroicidad anónimas que periodistas, detectives privados, abogados o jueces. El patrón de la novelística  criminal europea (la americana ya lo ha hecho a su modo, por ejemplo con Chester Himes) cambia y acepta las comisarías de policía como algo más que un escenario sórdido…

La novela elegida para leer este mes por su poder hipnótico es El hombre del balcón, (a parte de Rosseanna que muchos ya habéis leído en el Club de Matisse). Y por si os da tiempo con los_terroristas_ok_215x325las vacaciones, la última novela que escribió la pareja: Los Terroristas, para que podáis comparar la evolución de los personajes y de las circunstancias.

Si tenéis alguna duda sobre lo que os digo podéis leer los prólogos a las dos primeras novelas esta pareja de dos escritores poco sospechosos de mediocres y desde luego nada de ingratos: Henning Mankell y Jo Nesbo. Ambos reconocen la deuda con los dos periodistas suecos. Desde luego, la tienen. Y no hubiera importado que no hubieran sido conscientes de ello.

Os espero a todos el próximo miércoles 12 de marzo en nuestro Club del Jordi de Santa Jordi a las 7,30, para compartir nuestras opiniones acerca de estas dos novelas, o al menos, de la primera de ellas. Espero que las disfrutéis.

Mike Hammer: Yo el jurado y Un caso tortuoso

Nos iba haciendo falta ya un revulsivo, un escritor que no sea como esperamos y que ni s_13653-mla102145247_4297-osiquiera nos inspire muchas esperanzas de que vaya a ser mejor que como lo esperamos…, como nos ocurrió con Horace Mccoy hace tiempo, o con David Goodis hace aún un poco más, o como nos pasó por aclamación con el desconocido Cornell Woolrich (William Irish). Un escritor del que tengamos referencias encontradas y con fama de escritor no ya de segunda división o de carácter menor, sino de escritor «malo» en todo el amplio sentido de la palabra, no sólo malo por no ser de calidad indiscutible y reconocida por la opinión instalada, sino además malo por ser algo (o mucho, o demasiado) «facha». Maravillosa palabra que ya soy incapaz de usar sin entrecomillar porque siempre califica más a quien la profiere que a quien pretende denotar. Un escritor, además, que resulte imprescindible conocer para un grupo de connaisseurs como nosotros por su relativa relevancia.

En fin, se trata de tener un buen motivo para discutir a fondo y a gusto.

Y teníamos dos buenos candidatos, ambos surgidos en los cincuenta y extendida su obra con profusión durante los sesenta y los setenta. Dos escritores que casi nunca figuran en ninguna antología o colección de tapa dura dedicada a la «novela negra» y ni tan siquiera en esas colecciones más humildes que se autotitulaban como de misterio, de intriga o policíacas. Hablo de Michael Avallone y de Mickey Spillane. El primero, autor de una serie de novelas con un detective Ed Noon que era claramente republicano y seguidor de Nixon, (autor también de personajes que pasaron a series de TV como Mannix). Ed Noon es un detective rico con un lujoso despacho en Central Park en Nueva York y siente desprecio por «los hippies, los pederastas, los pacifistas, los disidentes, los negros militantes, las mujeres liberadas, las melenas y demás obsesiones de John Wayne»… Su novela más explícita es Shoot in again, Sam, aparecida en 1972 en plena guerra de Vietnam, en la que Noon, casi un agente especial de Nixon, acompaña los restos mortales de un célebre actor patriota americano a bordo de un tren que es desviado por los chinos… Novela seria y paródica a un tiempo, Claude Benoit dixit… Ed Noon es contemporáneo del Lew Archer de Ross MacDonald que ya leímos y casi su contrario desde el punto de vista político. Lamentablemente, en la búsqueda de las obras de Avallone sólo hemos encontrado traducida su novela El espía nº 13 bajo el seudónimo de Nick Carter, cuya temática cae un poco fuera del género criminal.

El segundo, Mickey Spillane también promete: “Cualquiera que no reconozca la importancia de Mickey Spillane es un idiota”. Con esta sentencia se despachaba Max Allan Collins, escritor de novelas policíacas y guionista de tiras de prensa como Dick Tracy o Batman. “Y estoy de acuerdo con él”, nos advierte Manuel Rivas en Bibliópolis, cuando nos presenta a este controvertido escritor. Como para que nos vayamos preparando. Pero no ha sido el único que se ha despachado con Spillane: «Despreciado por otros autores, como Raymond Chandler que le llamó escritor «Gorila», Spillane sólo reconoció la influencia en sus escritos de John Carroll Daly, creador del detective privado Race Williams. Pese a las acusaciones de retrógrado, machista y violento, sus libros estuvieron durante años en las listas de best-sellers, llegando a vender 200 millones de libros», nos explica Alice Silver en Detectives de libro (probablemente disfrazado tras su alias). El detective que elije como protagonista Spillane es Mike Hammer. Y de él podemos leer hasta cuatro novelas, pero creo que vamos a quedarnos con la primera (como es buena costumbre de nuestro club) en donde crea a Hammer, su detective, en una aventura de venganza y justicia: Yo el jurado.

No voy a ocultar que leí a Hammer hace unos años con esa curiosidad morbosa del que busca las fuentes del Nilo, más humildemente, las de esa tradición gorilácea que nos ha dado el cine americano de Harry el Sucio y de esas películas sudorosas y violentas estilo Charles Bronson o Jack Palance y otras muchas, tradicionalmente ignoradas por la versión instalada en España de la «novela negra», sólo dispuesta a tolerar historias violentas o sangrientas procedentes del «nordic noir», vaya usted a saber por qué… Y confieso que Spillane no acabó de gustarme. Pero vamos a darle a él y a su coetáneo Avallone una oportunidad. Si alguien lo disfruta, sugiero una segunda novela de Spillane, Un caso tortuoso, por si tenéis tiempo de leerla.

Jim Thompson: 1280 almas

 

9788498678451Una vez más os animo a que os acerquéis al club de lectura y participéis en nuestras conversaciones sin compromiso alguno, pues cada vez sois más los que seguís estos correos y leéis los libros que nos proponemos comentar aunque no os haya dado tiempo a leerlos. No sólo descubrimos todos (yo el primero) escritores poco o mal conocidos, sino que además siempre podemos encontrar  nuevos matices que nos habían pasado desapercibidos.

En cuanto los escritores a leer, mi criterio siempre ha sido seguir un orden cronológico porque ofrece la ventaja de contextualizar mejor los estilos dentro de la narrativa criminal y comparar sus diferentes tradiciones, pero eso no impide que podamos hacer incursiones unos años adelante o atrás en función de qué autores o estilos puedan interesarnos. Tampoco resulta extraño que nos cueste dejar atrás los años 30 o 40 del siglo XX en la narrativa policial americana. Pronto comprobaréis que son los mejores.

Nuestro autor elegido para marzo es Jim Thompson. Un escritor duro y contundente en la mejor tradición de la novela negra americana que imprime un sesgo muy personal que nos recuerda a James M. Cain y la rama “tough” o más dura de la novelística americana criminal. Para entendernos, la narrativa criminal americana que podemos considerar más clásica, tiene tres materias o temas principales: los detectives privados (lo que los americanos llaman hard boiled); las historias de gánsters y delincuentes profesionales (las crook stories); y las historias de tipos más o menos normales que acaban convirtiéndose en criminales (las toughs stories). Horace Mccoy militaba es esta última liga (como James Cain, David Goodis y, sobre todo, Jim Thompson, que es el más brutal de todos y tiene la virtud del enfoque psicológico sin la jerga psicológica. Virtud que cultivó mucho tiempo Patricia Highsmith.

Su novela “Los timadores” sirvió de base para la excelente película dirigida por Stephen Frears con Anjelica Huston y John Cusack, en 1990, aunque la novela que leeremos y comentaremos en el club será «1280 almas», que es la más característica de Thompson. Y la otra novela que os recomiendo es “El asesino dentro de mi cabeza” si podéis conseguirla.

Os cito una reseña de la biografía de Jim Thompson de Robert Polito cuyo título, Arte salvaje, es bastante ilustrativo: “Tras las palabras de Polito encontramos muchas vivencias y episodios, desde la época en la que estuvo más ligado al comunismo hasta aquella otra en la que se ganó el pan como redactor de periódico. Vidas diferentes que se encuentran en un mismo punto: siempre fueron breves. Thompson salta a conciencia de una punta a la otra del país, prueba suerte en Hollywood y mantiene una colaboración tempestuosa con Kubrick; vive el rechazo a sus libros y la obligación de escribir basura para seguir a flote; Marcel Duhamel eligió 1.280 almas como libro 1.000 de su série noire y en Estados Unidos le destrozaban una novela como La huida para adecuarla a un tipo como Steve McQueen. Un poco de todo, un poco de nada. A diferencia de Chester Himes, no tuvo la fortuna de poder emigrar a Francia para que su obra se revalorizase ante los buenos ojos de la vieja Europa”.

Jim Thompson: 1280 almas

En primer lugar quería felicitaros por la pasión e interés que estoy detectando en nuestros9788498678451 clubes de lectura. Es evidente que encontrar a un buen escritor como es el caso de Mccoy  contribuye a ello, pero también me parece que el clima de confianza  en nuestras tertulias también influye y hace la conversación viva y penetrante.

En segundo lugar, mi criterio siempre ha sido seguir un orden cronológico porque ofrece la ventaja de contextualizar mejor los estilos dentro de la narrativa criminal y comparar sus diferentes tradiciones, pero eso no impide que podamos hacer incursiones unos años adelante o atrás en función de qué autores o estilos puedan interesarnos. Tampoco resulta extraño que nos cueste dejar atrás los años 30 o 40 del siglo XX en la narrativa policial americana. Pronto comprobaréis que son los mejores.

Nuestro autor elegido para el próximo 8 de marzo es Jim Thompson y la novela, «1280 almas». Un escritor duro y contundente en la mejor tradición de la novela negra americana que imprime un sesgo muy personal que nos recuerda a James M. Cain y la rama “tough” o más dura de la novelística americana criminal. Para entendernos, la narrativa criminal americana que podemos considerar más clásica, tiene tres materias o temas principales: los detectives privados que ponen patas arriba las situaciones que investigan (lo que los americanos llaman hard boiled); las historias de gánsters y delincuentes profesionales (las crook stories); y las historias de tipos más o menos normales que acaban convirtiéndose en criminales (las toughs stories). Horace Mccoy militaba es esta última liga (como James Cain, David Goodis, que toca también las crook stories, y sobre todo Jim Thompson, que es el más brutal de todos y tiene la virtud del enfoque psicológico sin la jerga psicológica. Virtud que cultivó mucho tiempo Patricia Highsmith.

timadoresSu novela “Los timadores” os permitirá la comparación con la excelente película dirigida por Stephen Frears con Anjelica Huston y John Cusack, en 1990, aunque la novela que leeremos y comentaremos en el club será «1280 almas», que es la más característica de Thompson. Y la otra novela que os recomiendo es “El asesino dentro de mi cabeza.

Os cito una reseña sobre una biografía de Jim Thompson de Robert Polito cuyo título, Arte salvaje, es bastante ilustrativo: “Tras las palabras de Polito encontramos muchas vivencias y episodios, desde la época en la que estuvo más ligado al comunismo hasta aquella otra en la que se ganó el pan como redactor de periódico. Vidas diferentes que se encuentran en un mismo punto: siempre fueron breves. Thompson salta a conciencia de una punta a la otra del país, prueba suerte en Hollywood y mantiene una colaboración tempestuosa con Kubrick; vive el rechazo a sus libros y la obligación de escribir basura para seguir a flote; Marcel Duhamel eligió 1.280 almas como libro 1.000 de su Série noire y en Estados Unidos le destrozaban una novela como La huida para adecuarla a un tipo como Steve McQueen. Un poco de todo, un poco de nada. A diferencia de Chester Himes, no tuvo la fortuna de poder emigrar a Francia para que su obra se revalorizase ante los buenos ojos de la vieja Europa”.

La biografía de Jim Thompson, junto a la citada reseña, os será útil para situar al autor.

No os lo perdáis, no sabéis lo que os espera.

Horace Mccoy: ¿Acaso no matan a los caballos?

Una vez más, reitero mi invitación a todos los que tengáis aunque sea una ligera curiosidadlibro_1363452992 por conocer un poco más al famoso género criminal, «negro» o policial que tanto ha influido en la literatura como en el teatro y el cine contemporáneos, y una vez más os animo a que participéis hayáis leído o no las lecturas objeto de nuestras tertulias.

Pese a que la convención literaria debería hacernos retroceder unos pocos años de las historias de MacDonald, ambientadas en los años 40 de la postguerra, para dejar la California del último detective privado digno de este oficio en la narrativa americana, y desembarcar en otro de los grandes de la literatura de crímenes, James M. Cain, en los tiempos de la depresión y de preguerra, y descubrir la otra gran rama de la novela criminal, las historias «duras» de criminales, que giran en torno a la psicología de personas corrientes y comunes que terminan cayendo en el crimen, cualquier club de lectura que se honre no debería pasar de puntillas ni ignorar a Horace Mccoy, escritor menos conocido que, aunque impactante, todavía se ha seguido calificándolo como autor menor o menos importante, al igual que la crítica más superficial. Es cierto que coetáneos suyos, como el mucho más conocido James M. Cain, con su famosa novela (y película) El cartero siempre llama dos veces, o casi coetáneos como Cornell Woolrich, David Goodis o Jim Thompson, siempre se han beneficiado de más fama, pero una consideración un poco más profunda de las cosas obliga a leer tanto a Mccoy como a Cain pero a comentarlos por separado. A fin de cuentas, nos encontramos con dos escritores que nacen en los años noventa del siglo XIX y aunque mueren en 1955 (Mccoy) y en 1978 (Cain), escriben sus mejores novelas en los años 30 y 40, y absorben ese mundo terrible de los años de la depresión, al menos lo suficiente como para escribir las obras más prototípicas del género criminal americano en su rama «tough» o «dura». Ya hablaremos de las peculiaridades de Cain y su maestría en definir a la femme fatal.

Horace Mccoy fue tal vez el escritor más ignorado y olvidado por la crítica y los editores norteamericanos, y se vio obligado a trabajar de guionista haciendo un trabajo que aquí conocemos como de «negro». «Tuvieron que pasar 40 años -nos dice el traductor de la versión española de Los sudarios no tienen bolsillos- desde sus primeras publicaciones para que los nuevos críticos norteamericanos revaluaran su trabajo. Foster Hirsch calificó su obra como la «de un contenido social más preciso» de toda la literatura hard-boiled; O’Brien situó sus libros en «el centro de la narrativa negra»; Saturack descubrió sus novelas como «brillantes», llegando todos ellos con 20 años de retraso al reconocimiento que al trabajo de McCoy habían otorgado en Francia personajes como Jean Paul Sartre o André Malraux». Ya sabéis de la mano de quién conocieron estos últimos las obras de Mccoy: de la famosa Sèrie Noir de Gallimard.

De hecho, uno de los elementos clave que caracteriza para muchos españoles a la «novela negra» -concepto en el que he insistido mucho que no creo- es su contenido de crítica social y, pese a que siempre he creído que este elemento es vasallo del realismo que caracteriza y es sustancial al género, en Horace Mccoy, si hay algo que resulta patente es su mirada acerca de la violencia como fruto de la marginación económica y de la opresión social, algo que no es necesario discutir con sólo recordar la trama de su novela más famosa: ¿Acaso no matan a los caballos?, gracias a la  película de Sydney Pollack, Danzad, danzad, malditos.

Nuestro autor elegido es por tanto Horace Mccoy, y como sus novelas son relativamente cortas, leeremos dos de sus mejores obras: ¿Acaso no matan a los caballos? y Los sudarios no tienen bolsillos. Espero que profundizar en este escritor nos permitirá descubrir una vez más que apartarse de la senda de los más famosos siempre nos aporta sorpresas y revelaciones interesantes.

Os espero a todos en nuestro siguiente club de lectura, que será el miércoles 15 de febrero.

 

Richard Stark (Donald Westakle): A Quemarropa (The Hunter)

30-richard-stark-a-quemarropaDecía en mi anterior convocatoria de nuestro club que estudiar un poco a fondo a los escritores, más o menos leídos y/o conocidos o no, sobre los que tenemos expectativas suele producir sorpresas, y Westakle no iba a ser una excepción. A priori, debo confesar que lo tenía por un epígono de la novelística criminal, creo que incluso él mismo se tenía por tal cosa. Algunos de nuestros compañeros de club no ocultaron su sensación de que era un escritor menor, y creo que Westakle se consideraba un poco como tal por una cuestión de humildad. Algo así como que después de escritores como Hammett y Chandler, o James Cain o William Irish o Chester Himes o Jim Thompson, fuera un poco petulante seguir pretendiendo dar la talla y mantener el nivel. Cosa muy lejos de ser pretendida por quien se confesaba admirador de todos ellos como Westakle, que había sido además lector de colecciones muy populares. Así que el humor satírico parecía una buena coartada para rendir homenaje a los grandes sin pretensiones de emularlos por lo que crea a un personaje como Dortmunder -algo Sancho Panza, insisto- y unas tramas muy divertidas que rozan lo inverosímil. Vale, perfecto todo encaja. Muy divertido, pasemos a otra cosa.

Pues no.

Esta vez la sorpresa es la revelación de que estamos ante un escritor excepcional. Con tramas muy inteligentes y personajes y situaciones que son tan increíbles como la misma realidad, que además es capaz de retratar de forma satírica con apenas unas pinceladas. En un Diamante al rojo vivo es capaz de dar cinco golpes que darían para cinco novelas diferentes sin despeinarse ni, otra crueldad, renunciar a su objetivo (la ignorancia es muy atrevida). En ¿Por qué yo?, Westakle hace que Dormuntder se las vea y se las desee para deshacer el mayor logro de su carrera como ladrón y al revolver el gallinero de la ley y el orden (y de la política internacional de la que la cosmópolis es escaparate), consigue trazar un cuadro genial de nuestra sociedad.

Pero Westakle no podía estarse quieto sin tocar el palo de la «novela negra dura» (esas crook & toughs stories que tan bien habían contado Burnett, Cain o Thompson), así que firmando con el seudónimo de Richard Stark -no fueran a pensar los lectores que se trataba del blando buenazo de Donald y lo volvieran a condenar a ser un escritor menor- se saca de la manga a un hijo de perra llamado Parker, y gusta tanto a un editor llamado Bucklyn Moon,que prácticamente lo contrata a cambio de que no se lo cargue. Y hasta lo llevan al cine con estructuras narrativas vanguardistas en «A quemarropa» de la mano de un John Boorman, que en el futuro se guardará mucho de abandonar los patrones clásicos.

Bien, pues vamos a ver cómo se porta Parker en The Hunter (inevitablemente traducida como A quemarropa) de verdad. Y si podéis también en La luna de los asesinos. Puede que la sangre y la violencia le quiten ese tono menor y lo conviertan en un escritor en re mayor.

Yo ya adelanto que me quedo con el Westakle Westakle, no con el Westakle Stark, porque ya le perdoné a Chester Himes que escribiera novelas sorprendentemente vivas, realistas, violentas hasta el absurdo y sardónicas hasta dejarte la sonrisa congelada, por encargo de un editor francés sin que nadie lo haya visto en clave de fa menor, así que no puedo por menos que perdonar a Donald por intentar escribir en re mayor por encargo de otro americano (que debía conocer muy bien lo que funcionaba y lo que no en eso de las subculturas literarias, casi seguro que mucho mejor que el francés).

Pero vosotros seguir ciegos con vuestras semanas y novelas negras en fa, o re o si mayor. Dicho sea con todo el cariño del mundo. Seguiremos con Parker (y quien quiera también con Dortmunder).

Horace Mccoy: ¿Acaso no matan a los caballos?

Dicen que rectificar es de sabios y, aunque renuncio a tamaña aspiración, voy a rectificar 5981algo importante para nuestro próximo club. Ello es fruto de mi documentación en torno a Horace Mccoy, escritor que aunque me impactó cuando lo leí, todavía he seguido calificándolo como autor menor o menos importante que coetáneos suyos, como el mucho más conocido James M. Cain, con su famosa novela (y película) El cartero siempre llama dos veces. Además, tanto Mccoy como Cain merecen ser leídos y comentados por separado. A fin de cuentas, nos encontramos con dos escritores que nacen en los años noventa del siglo XIX y aunque mueren en 1955 (Mccoy) y en 1978 (Cain), escriben sus mejores novelas en los años 30 y 40, y absorben ese mundo terrible de los años de la depresión, al menos lo suficiente como para escribir las obras más prototípicas del género criminal americano.

Ya hablaremos de las peculiaridades de Cain, Mccoy es tal vez el escritor más ignorado y olvidado por la crítica y los editores norteamericanos, y se vio obligado a trabajar de guionista haciendo un trabajo que aquí conocemos como de «negro». «Tuvieron que pasar 40 años -nos dice el traductor de la versión española de Los sudarios no tienen bolsillos– desde sus primeras publicaciones para que los nuevos críticos norteamericanos revaluaran su trabajo. Foster Hirsch calificó su obra como la «de un contenido social más preciso» de toda la literatura hard-boiled; O’Brien situó sus libros en «el centro de la narrativa negra»; Saturack descubrió sus novelas como «brillantes», llegando todos ellos con 20 años de retraso al reconocimiento que al trabajo de McCoy habían otorgado en Francia personajes como Jean Paul Sartre o André Malraux». Ya sabéis de la mano de quién conocieron estos últimos las obras de Mccoy, de la famosa Sèrie Noir de Gallimard.

bigDe hecho, uno de los elementos clave que caracteriza para muchos españoles a la «novela negra» -concepto en el que he insistido mucho que no creo- es su contenido de crítica social y, pese a que siempre he creído que este elemento es vasallo del realismo que caracteriza y es sustancial al género, en Horace Mccoy si hay algo que resulta patente es su mirada acerca de la violencia como fruto de la marginación económica y de la opresión social, algo que no es necesario discutir con sólo recordar la trama de su novela más famosa: ¿Acaso no matan a los caballos?, gracias a la  película de Sydney Pollack, Danzad, danzad, malditos.

Nuestro autor elegido es por tanto Horace Mccoy, y como sus novelas son relativamente cortas, en lugar de agobiarnos con dos autores y dos novelas diferentes, leeremos dos de sus mejores obras: ¿Acaso no matan a los caballos? Los sudarios no tienen bolsillos. Espero que profundizar en este escritor nos permitirá descubrir una vez más que apartarse de la senda de los más famosos siempre nos aporta sorpresas y revelaciones interesantes.

Os espero a todos en nuestro siguiente club de lectura, que será el miércoles 8 de febrero.

Donald Westakle: Un diamante al rojo vivo

Esto de los Clubs de Lectura tiene sus puntos positivos porque siempre haces 9788490062296descubrimientos reveladores, amén del placer de hacer descubrimientos normales como leer o releer en buena compañía, junto a gente con conversación, a escritores que no conocías, no conocías lo suficiente o creías conocer y casi siempre apreciabas por razones indebidas o al menos desenfocadas. El tiempo, la relectura y la discusión crítica pone a las cosas en su sitio. Y eso nos ha pasado con casi todos los escritores, así a Cornell Woolrich -o William Irish- y a David Goodis, por ejemplo, los hemos elevado a los altares que les correspondían en la historia del género criminal, y a Hammett y Chandler -dos de sus dioses indiscutibles- les hemos quitado algunas de sus plumas de arcángeles de ese olimpo con minúsculas. También hemos confirmado en sus respectivas hornacinas santorales a escritores pioneros como García Pavón, Juan Madrid, Pérez Reverte o Vázquez Montalbán, aunque siga persistiendo algún desacuerdo en su precesión (y en sus respectivas intenciones autorales).

De Vázquez Montalbán me ha quedado un profundo respeto por su mirada hacia el género, patente en su misma prosa, propia de una escritura de frontera, de obras que transitaban las alambradas entre la subcultura y la cultura, y personajes e historias bastardas que, lleguen adonde lleguen, jamás perderán su condición de espaldas mojadas, ni su capacidad de contar y describir cosas que sólo pueden contarse o percibirse de ese modo mestizo. Es revelador de una de las condiciones esenciales de la narrativa criminal: su naturaleza de literatura popular y su capacidad en ocasiones de generar obras literarias, esos mutantes de los que hablaba Montalbán.

Pero no es una excepción, había decidido que volviéramos a Estados Unidos con la mala intención de mostrar a un escritor al que presumo como uno de los epígonos del género criminal realista americano, Donald Westakle. Un tipo genial desde su misma condición de epígono, que escribe en los sesenta y los setenta (y los ochenta y los noventa), que se sabe un escritor menor y que contradice esa autoconciencia con obras magistrales por su capacidad de combinar humor y realismo. ¿Os suena esa fórmula si viajamos a finales del siglo XVI y topamos con alguien que está dispuesto a meterle mano a las novelas de caballerías escribiendo tal vez la más descreída y mejor de todas ellas?

Sin embargo, el obligado estudio de un escritor hace que salten sorpresas, porque Westakle surge como un lector de una colección muy popular -Gold Medal- y muy «pulp», leyendo a escritores que conocemos, como Himes o Goodis o Woolrich, y que no conocemos como Peter Rabe o Clifton Adams, seguramente poco recomendables, y si por un lado es capaz de crear en su narrativa a un personaje como Dortmunder -más Sancho Panza que Quijote, pero con vocación de tapa dura y de ajustar cuentas con un género que parecía haberlo dado todo- por otro, su deuda con el pulp le hace concebir a otro como Parker, un tipo duro, un asesino en el más puro estilo duro de los comienzos -destinado a la rústica de Gold Medal y firmado con el seudónimo de Richard Stark-, y cuando intenta publicarlo… pero mejor que lo cuente él mismo: «Así que escribí el libro, sobre este hijo de perra llamado Parker, y en el curso de la historia no pude evitar que empezara a gustarme… Me gustaba, pero le maté. Al fin y al cabo, era un rufián y mataba a gente, y yo quería que alguien publicara el libro. En 1962, la mentalidad [que] seguía predominando [es] que los malos acababan mal… Gold Medal rechazó el libro… y finalmente un editor llamado Bucklyn Moon, de Pocket Books, me telefoneó y dijo: «Me gusta Parker. ¿Hay modo de que rehaga el libro para que Parker se escape, y después nos escriba dos o tres libros anuales acerca de él?».

Bueno, pues, Westakle Westakle emprendió su carrera como epígono con piezas maestras como Un diamante al rojo vivo o ¿Porqué yo?, pero no renunció a una doble personalidad como Richard Stark, escritor de «crook stories» en la más pura tradición de la novela pulp de crímenes, y el caso es que vendió mejor y llevó más veces al cine a Parker que a Dortmunder. Hasta el punto de que Westakle Westakle empezó a sentir celos de Westakle Stark… Habrá que leer ambas versiones para saber si con razón o no. Lo tenéis todo en la biografía del escritor y en la interesante introducción a su novela The Hunter (A quemarropa). ¿Otro caso de mestizaje entre cultura y subcultura del que tanto le gustaba hablar a Montalbán?

Empezaremos con Dortmunder  y seguiremos con Parker.

Os espero a todos en nuestro siguiente club de lectura, que será el miércoles 25 de enero del año inminente.

Mis mejores deseos para el año entrante.

Ross MacDonald: La mueca de marfil

sonrisa-202584Antes de nada, permitidme felicitaros las navidades y desearos un próspero y feliz año. También quiero recordaros que el Club de Lectura del Jordi sigue abierto a todos aquellos que os apetezca pasaros por allí una tarde y conocerlo sin mayor compromiso.

Nuestro autor elegido, Ross Macdonald, es uno de los novelistas seguidores de la senda abierta por Hammett y Chandler en la definición de la versión americana y realista del género criminal que se ha dado en llamar “novela negra”. Y en mi opinión uno de los mejores.

Macdonald es un escritor en muchas cosas a la altura de los dos creadores clásicos del género que en América fue conocido como “hard boiled” (literalmente ebullición dura y traducible como historias de detective duras). Junto a estas, las historias tough (duras) manejaban el punto de vista del delincuente y permitían que  éste adquiriera el protagonismo criminal, aunque no fuera un delincuente profesional, como en El cartero siempre llama dos veces. Y en las crook-stories (narraciones de delincuente), un pistolero o varios gángsters, como en El pequeño César o La jungla de asfalto, eran los protagonistas. La variante tough llevará al subgénero de la psicología criminal, a través de escritores que indagan en los móviles del delito, como Jim Thompson o Patricia Highsmith.

La expresión novela negra no nacerá hasta que Marcel Duhamel, siguiendo la ocurrencia de Jacques Prèvert traductor de William Irish, titule en 1945 como Série Noire la primera colección de Gallimard dedicada a novelas en que según él: “se ven policías más corrompidos que los bandidos a los que se persiguen, (…) el simpático detective no siempre resuelve el misterio, (…) a veces no hay misterio; otras, ni siquiera hay detective, pero (…) queda la acción, la angustia, la violencia…”

Quede esto dicho para aquellos a quienes cuesta desprenderse de la expresión novela negra o pretenden extenderla a toda la trayectoria de la narrativa criminal. Ya sabéis que una de las razones de este club de lectura es aprender a distinguir géneros, etapas y estilos.

Macdonald es el seudónimo de Kenneth Millar, cuya esposa Margaret Millar era una escritora de éxito, lo que le indujo a buscar el alias de Ross Macdonald, y empezó como escritor de historias pulp (como todos los clásicos del género en EE.UU.). Y su detective Lew Archer hizo su primera aparición en 1946 en la novela Find the Woman; y reapareció  en The Moving Target, en 1949. Esta novela, primera de una serie de ocho, formó el argumento principal del filme de Paul Newman: Harper, investigador privado (1966). Por tanto, serán The Moving Target  (El blanco móvil), junto a la anunciada La sonrisa de marfil, (en algunas traducciones La mueca de marfil) las novelas elegidas para estrenarnos con Macdonald. La película citada de Paul Newman, para gozar de ese contraste entre novela y cine como fórmulas narrativas distintas pero íntimamente ligadas, podéis disfrutarla estas vacaciones (la tenéis disponible en el videoclub Stromboli, en Centelles,17).

Como las navidades se nos echan encima he pensado que lo mejor es retrasar nuestro siguiente club al miércoles 18 de enero del año inminente y por esa misma razón permitirnos el placer de leer dos novelas de Macdonald.

Manuel Vázquez Montalbán: Los pájaros de Bangkok

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Algunos escritores parece que se hicieran con una patente de corso que rezara así: «Pase lo que pase y haga lo que haga, lector, tú sabes que te voy a gustar porque tengo que gustarte, porque toca el hecho de que es bueno hacerlo y todos esperan de ti que te guste, así que te gusto y te seguiré gustando y punto, y el resto de escritores que se busquen la vida y que gusten o no gusten, debe traérnosla al viento».

Y ese es el caso e Manuel Vázquez Montalbán, como ya dije, uno de los maestros del arte de escribir y de un género, el criminal, que personalmente jamás creyó que se escribiera en serio en España, y que él empezó a escribir según confesión propia por una apuesta algo beoda con su editor y amigo José Batlló, para librarse a sí mismo y a los lectores de ese callejón sin salida que era la literatura seria de vanguardia española en los años setenta. Y pese a algunas inconsistencias argumentales y la estudiada inconsistencia ontológica de su protagonista, Carvalho -no más graves que las de otros muchos escritores contemporáneos-, Tatuaje os gustó a casi todos, incluyéndome a mí, maldita sea.

Pues bien, en nuestro próximo club vamos a reincidir con otra de las novelas de Vázquez Montalbán: «Los pájaros de Bangkok», tal vez la más lograda y que recuerdo me pareció magnífica y me rindió a sus pies hace treinta años. Vamos a ver qué tal resulta treinta años más tarde.