
Pierre Boileau & Thomas Narcejac: La que no existía (Las diabólicas)

Clubs de lectura de narrativa criminal organizados en Matisse, en el IES Jordi de Sant Jordi y en la Asociación Senior de la U. Politécnica de Valencia
La lectura de Manchette nos ha devuelto de nuevo a la que tal vez fuera la verdadera patria de nacimiento del género criminal, aunque sólo fuera porque las Memorias de Vidocq iluminaran la imaginación de Edgar Allan Poe, y aunque sea el primero en reconocer la deuda que este ha tenido con la literatura anglosajona durante la mayor parte de su historia. Pero Francia también fue la patria de Gaboriau, de Leblanc, de Leroux y también culturalmente de Simenon, un escritor aún imbatido por el número de novelas y libros vendidos.
Los franceses, vaya usted a saber por qué mecanismos lingüísticos para mí ignotos, llamaban polar al roman policier, y neopolar al intento de renovación manchetiano de los setenta: nouveau roman policier. Fueron los franceses quienes desde la editorial Galllimard, pilotada por Marcel Duhamel, inventaron la etiqueta de Série Noir, tal vez inspirado en el nombre de roman noir conque en Francia se conoció la la novela gótica romántica de Stevenson o Poe. Y fue mediante esta colección como se conoció en Europa (y en España) a los grandes escritores americanos de relatos de detectives y de gángsters. Por tanto los franceses han estado en el centro del guiso criminal desde el principio y hasta el final. Esa es una buena razón para regresar a ellos y quedarse una temporada en nuestro país vecino.
Hemos leído a Manchette, hemos podido apreciar su doble registro de escritor ácido o clásico, de narrador de historias de trasunto político y social y/o de personajes entregados a situaciones violentas no muy lejanas a los patrones del western y hemos descubierto una pequeña galaxia de escritores post-manchetianos: Pennac, François Villar, Jonquet, Daeninckx, Yasmina Khadra o Jakob Arjouni, que dejamos para leer más adelante… Pues bien, un poco antes que Manchette, desde los 40 y en los 50 y los 60, había una gran galaxia de escritores franceses que sobrevivieron a la fiebre del neopolar y resistieron su sesgo político manteniendo el género en sus pefiles clásicos. Los primeros después del monstruo llamado Simenon fueron la pareja de Pierre Boileau y Thomas Narcejac (éste en realidad, Pierre Ayrod). No es extraño que Narcejac iniciara su carrera con un ensayo literario, El caso Simenon (1950), en donde afrontó la difícil tarea de rescatar a un escritor incómodo por razones tan dispares como su éxito de ventas, su chulería machista o su sombría e ignorada colaboración con los ocupantes nazis de su país (Bélgica) debido a sus afinidades antisemitas… Asunto que explica su exilio a Estados Unidos justo en 1945. Separar persona de escritor era necesario para recuperar una obra digna de tener en cuenta.
Por otro lado, esa pareja de escritores tuvieron el acierto de una colaboración tan interesante como fértil. Casi cincuenta años y treinta y cinco novelas, algunas tan exitosas o notables como De entre los muertos o La que no existía, que sustanciaron películas de gran éxito como Las diabólicas del director francés Henri Clouzot o Vértigo de Alfred Hitchcock.
Lo cierto es que las tramas de Boileau-Narcejac tienden al thriller psicológico más que a la novela de detectives clásica o americana y exhiben un estilo literario que recuerda a la qualité balzaquiana, pero ¿acaso los americanos no habían trabajado en esa línea con resultados tan excelentes como los casos de Cornell Woolrich, alias William Irish, James Cain o Patricia Hightsmith? Pues esa es la línea de nuestros dos escritores y esa será la novela conque nos sumergiremos en su galaxia literaria en donde nos esperan nombres como Leo Malet, Jean Amila, Georges Arnaud, Boris Vian, Jose Giovanni o Patrick Modiano (éste por cierto, Premio Nobel en 2014). Nada a desestimar o pasar por alto en un club como el nuestro.
La novela que vamos a leer será justamente De entre los muertos (Sudores fríos en su última edición de RBA). Nuestro próximo club será el miércoles 25 de octubre a las 8,15 en Matisse (www.salamatisse.es), en la calle Campoamor, 60, Valencia, como siempre.
Alguna vez es también interesante seguir los planes trazados, y después del éxito de Maj Söjwall y Per Wahllöö y sus esforzados policías de Estocolmo (tan lejos del tópico y corrupto policía americano de los 30 y los 40) debemos quedarnos en Europa y echar un vistazo a lo que estaba empezando a pasar en España. Aquí, tras el franquismo, los policías iban a tardar unos cuantos años en aparecer como protagonistas de una novela criminal (o negra) pese al honrado intento de García Pavón de adaptar el género a la castiza realidad española del tardofranquismo. Y lo mismo iba a pasar en Francia e Italia, bien sea por la resaca del colaboracionismo o por la del fascismo. La Europa latina no se había reconciliado con sus fuerzas policiales.
Nuestro autor elegido, Manuel Vázquez Montalbán, es uno de los maestros del arte de escribir y de un género, el criminal, que personalmente jamás creyó que se escribiera en serio en España. Pero una cosa es lo que uno cree y otra lo que uno hace bien, mal que le pese. Supongo que Montalbán nunca tuvo intención de ser uno de esos escritores de novela policíaca, criminal o negra. Y no lo digo yo, lo dice él mismo refiriéndose a su invención de Carvalho en 1972: “Era una época bastante difícil, ya que el franquismo parecía eterno y teníamos la impresión de que nada cambiaría. Como fruto de esta sensación escribí Yo maté a Kennedy. Aquella novela refleja un mundo irreal que venía de la empanada mental que vivíamos. Allí cabía todo: poemas, textos de vanguardia, influencia del cómic y del cine… Era un maremágnum que reflejaba la descomposición de la novela que creíamos que estábamos viviendo”. (Entrevista de Xavier Moret, en EL PAÍS del 19/2/1997.) A fin de cuentas, por entonces, la literatura española andaba liada con ese tema de las vanguardias artísticas y la censura franquista, perdida en el sinsentido de su ridícula existencia: “Yo maté a Kennedy tenía que publicarse en Seix Barral, pero la censura se mostró implacable. Carlos Barral me aconsejó que la llevara a Planeta, que tenían más mano con la censura. Así lo hice y el único cambio que me impusieron fue el de sustituir ‘cuerpo’ por ‘carne’ cuando hablaba de una señora estupenda.” (Entrevista por Xavier Moret, en EL PAÍS del 19/2/1997.)
Y lo repite con la novela que tras la patochada de Yo maté a Kennedy, inicia su producción de narrativa criminal:Tatuaje: “A principios de los setenta vivíamos en una dictadura literaria: o escribías como Juan Benet o no eras nadie. A los jóvenes se les exigía que escribieran el Ulises. El resto eran subliteraturas. Un día, en plena euforia etílica con mi amigo José Batlló, nos burlábamos de la literatura de vanguardia y él me desafió a escribir una novela de guardias y ladrones. Acepté el reto y escribí Tatuaje en 15 días. La crítica la recibió fatal y me acusaron de lanzarme a un suicidio profesional, a una operación comercial. Hacer una novela de detectives en el rigor mortis de la cultura española de la época era horroroso. Para mí, sin embargo, era una novela experimental, ya que Carvalho no era un detective al uso. Vivía con una puta, quemaba libros, era ex comunista y ex agente de la CIA.” … “Yo maté a Kennedy no fue ningún éxito, ni Tatuaje…”(Entrevista de Xavier Moret, en EL PAÍS del 19/2/1997).
Por si no pecaba lo suficiente con todo ello (que le oí contar personalmente sin el más mínimo rubor), fue también guionista de la película Tatuaje basada en la novela, dirigida en 1976 por Bigas Luna e interpretada por Carlos Ballesteros en el papel de Carvalho, Pilar Velázquez en el papel de Charo y Mónica Randall en el papel de Teresa Marsé.
Aunque os envío estas dos novelas, Yo maté a Kennedy y Tatuaje, para aquellos que no las hayáis leído, por deferencia con los compañeros del Jordi que vienen a mi otro Club de Lectura en Matisse, os propongo que leamos una de las mejores novelas de la serie Carvalho: Los mares del Sur.
Todo ello el miércoles 17 de mayo.
Decía en nuestro anterior correo que nos iba haciendo falta un revulsivo, un escritor que no sea como esperamos y que nos cause o proporcione una sorpresa, y citaba a Horace Mccoy, a Cain, a Woolrich, y se me olvidó citar tal vez al que nos dio la mayor sorpresa, Charles Williams. Decía que también tendríamos que leer y conocer a escritores malos (malos en el sentido de malos escritores y/o de escritores «fachas», valga la palabreja lo que valga). Y haberlos los hay: junto al Mickey Spillane y su Mike Hammer encontramos a Michel Avallone y su Ed Noon, y en los inmediatos 60 nos encontramos a escritores que se han librado de ese estigma casi de milagro, como sin ir más lejos le ocurrió a Chester Himes, padre de dos policías negros algo brutales y de gatillo fácil, Ataúd Jhonson y Sepulturero Jones, que hicieron nuestras delicias la temporada pasada. En realidad Himes se libró de ese estigma en Francia y España por ser negro (lo que le daba patente de corso de crítico social progresista), en EE.UU. fue absolutamente ignorado por la acidez de sus novelas (como Jim Thompson) y por no sumarse a los lloriqueos étnicos afroamericanos tan en boga a partir justamente de los 60.
Hay que reconocer que la primera novela de Spillane, Yo el jurado, es torpe y bastante insufrible, Un caso tortuoso se sostiene algo mejor, pero tampoco es ninguna joya. Pero es conveniente recordar un pequeño detalle: las novelas sólo pueden juzgarse como estructuras narrativas válidas o no, no como plataformas de valores morales o políticos encarnados en sus personajes, y si Spillane hubiera sabido construir sus personajes e historias como lo hizo Chester Himes, sería tan bueno como Chester Himes, o como Jim Thopsom, sin ir más lejos, cuya distancia con una visión brutal y pesimista de la sociedad y del ser humano, como la de Himes, es la del escéptico con la del nihilista.
Pues bien, Ed Mcbain (Salvatore Lombino, en realidad, que cambió su nombre como tantos para parecer más americano por el de Evan Hunter) es uno de esos escritores que van a dar un empujón clave a los cánones del género criminal americano, apartándolo de los tópicos del detective y del criminal (circunstancial o profesional) y arrimándolo a las comisarías de policía. Efectivamente, la decadencia del detective ya era manifiesta en Mccoy y Cain, y neta en Himes y Thompson, pese a los buenos oficios de McDonald y su simpático Archer. Justo es en este momento cuando Spillane sigue intentando mantener a esa figura detectivesca con el «duro» Mike Hammer, con un éxito de ventas que no ha sobrevivido al paso del tiempo. Mcbain con sus protagonistas corales de la comisaría del Distrito 87 dará el definitivo impulso para que la narrativa criminal americana se convierta de forma hegemónica en narrativa policial, y todavía más, incluso para que dos periodistas suecos que ya conocemos, Söjwall y Wahllöö, se inspiren en los personajes del distrito 87 para crear a su grupo de homicidios de Estocolmo, liderados por Martin Beck, al igual que el teniente Byrnes lidera a sus policías de la 87. Con Mcbain, las investigaciones policiales son auténticas investigaciones, los procedimientos forenses son auténticos procedimientos forenses y los criminales, auténticos criminales, de esos que se encuentran en cualquier gran ciudad americana. Y todo ello pese a que en la Europa del sur (e incluso en Francia) se vaya a seguir cultivando el género a base de alejarse de las comisarías todavía durante un par de décadas.
De alguna manera, Himes, Spillane, Thompson, Westakle y Mcbain, cada uno a su modo peculiar, han acabado con el reino de los detectives, tanto aristocráticos y elegantes, como con traje arrugado y botella del whisky en el cajón inferior de su mesa de despacho.
Ed Mcbain es también responsable de inspirar a una famosa serie americana de los 80, que marcó desde entonces las incontables series televisivas que han influido tanto en nuestras expectativas en esta materia de Bretaña que se pretende llamar novela negra. Me refiero a la inefable Canción Triste de Hill Street, en donde la realidad social y la grandeza y miseria humanas se colaban por todos los fotogramas. Vamos a leer su primera novela Odio (Cop Hater), aunque nunca está demás leer alguna posterior cuando todos los personajes han cuajado un poco mejor, como ocurre con Ojo con el sordo.
La cronología siempre es el criterio rey para mí (sin que tenga que resultar rígida) y la cronología de los 60, nos enfrentaba a un dilema: o seguir en Estados unidos y conocer a algún escritor contemporáneo de Chester Himes, o nos toca volver a cruzar el charco y ver qué era lo que estaba pasando en Europa. Y la renovación de la novela policíaca (o si somos rigurosos, de la narrativa criminal en forma de tal) se produce en Suecia y se va a quedar en Escandinavia casi desde entonces. Simenon no puede hacer olvidar su condición de escritor de derechas (brillante y realista, incluso crítico) pero con un pasado tenebroso; los españoles se van a debatir entre la imitación de la novela negra americana (Reverte, Madrid), su epifanía (Vázquez Montalván) o la adaptación al costumbrismo (como vimos con García Pavón); los franceses, entre la novela política de izquierdas (Manchette) y el psicodrama de suspense (Narjenac & Boileau, inspiradores del Vértigo de Hitchcock); los italianos entre la ruptura de Servanenko y el estilismo de Giovanni; los ingleses aferrados al formalismo de P. D. James… Es entonces cuando en 1965 aparece una pareja de periodistas suecos, Maj Söjwall y Per Wahlöö, que publica una novela: Rosseanna… El cadáver de una chica aparece en Estocolmo cuando se draga un canal… Nadie la ha echado de menos, nadie conoce su identidad, no hay presión mediática ni policial por resolver el asunto, sólo la tenacidad de un policía sin cualidades ni atractivos especiales, un hombre normal, incluso algo gris, con problemas familiares de lo más vulgares, Martin Beck. Desde ese año, las traducciones de las novelas de Maj Söjwall y Per Wahlöö se multplican, y con el certificado de calidad sueco los países del sur de Europa (incluida Francia) empiezan a contemplar la posibilidad de que existan policías con el mismo nivel de honradez y heroicidad anónimas que periodistas, detectives privados, abogados o jueces. El patrón de la novelística criminal europea (la americana ya lo ha hecho a su modo, por ejemplo con Chester Himes) cambia y acepta las comisarías de policía como algo más que un escenario sórdido… Curiosamente, Maj Söjwall y Per Wahlöö reconocen su deuda con otro escritor americano, Ed Mcbain (seudónimo de Salvatore Lombino), autor de varias novelas de éxito cuyas tramas giran en torno a los policías de la Comisaría 87 de la imaginaria (pero muy americana) ciudad de Isola. Como Mcbain, los periodistas suecos convertirán a los policías del grupo de homicidios de Estocolmo, bajo las órdenes de Beck, en los protagonistas de sus historias.
La novela elegida para leer este mes por su poder hipnótico es El hombre del balcón, (Rosseanna os la puedo enviar a los que os guste repetir). Y por si os da tiempo con las vacaciones, la última novela que escribió la pareja: Los Terroristas, para que podáis comparar la evolución de los personajes y de las circunstancias.
Podéis leer los prólogos a las dos primeras novelas de esta pareja de dos escritores poco sospechosos de mediocres y desde luego nada de ingratos: Henning Mankell y Jo Nesbö. Ambos reconocen la deuda con los dos periodistas suecos. Desde luego, la tienen. Y no hubiera importado que no hubieran sido conscientes de ello.
Chester Himes es probablemente el mejor escritor negro americano del género criminal. La novela que vamos a leer es la primera de las que escribió ambientadas en Harlem y protagonizadas por dos de sus personajes más conocidos, dos duros policías de Harlem de color, Ataúd Johnson y Sepulturero Jones: Por amor a Imabelle.
En la pequeña biografía que James Sallis dedica a Chester Himes (junto a Jim Thompson y David Goodis) en Vidas difíciles, se nos revela un pequeño secreto sobre el origen de la peculiar poética de Himes: después de escribir Mamie Mason -una novela autobiográfica y no calificable como criminal aunque inspirada en la propia biografía del autor-, desesperado por conseguir dinero en París, fue el propio Marcel Duhamel -director de la Serie Noir de Gallimard- quien le encargó que escribiera estas historias “realistas” de detectives sobre Harlem. El propio Himes, en su autobiografía El absurdo de mi vida, confesaba: “Me sentaba en mi cuarto y me ponía histérico pensando en la salvaje e increíble historia que estaba escribiendo. Pero pensaba que era solo para los franceses y que ellos se creerían cualquier cosa de los americanos, blancos o negros, si era lo bastante perversa. Además creía que lo que estaba escribiendo era realismo. Nunca se me ocurrió penar que estaba escribiendo absurdo. El realismo y el absurdo son tan parecidos en la vida de los negros americanos, que no se puede decir donde está la diferencia”.
Chester Himes no tuvo mucho éxito en Estados Unidos, y eso se explica al conocer algunos detalles de su biografía, como su estancia en la cárcel por un delito de robo a mano armada o sus experiencias, una vez excarcelado, trabajando como mayordomo y cocinero para el escritor Louis Bromfield, con quien se trasladó a Los Ángeles para escribir guiones y colaborar con la oficina de guerra. Entre 1944 y 1945 él y su mujer viven en Harlem. Allí publica su primera novela Si grita, suéltale en 1945, en la que denuncia, en su forma particular, el racismo norteamericano. Porque una de las cosas que más llama la atención de este escritor negro capaz de retratar la brutalidad de la marginación social en EE.UU. es la ausencia total de victimismo afroamericano. Tal vez algo que le hizo no encajar bien en su propio país como escritor. En sus propias palabras: “América me hizo mucho daño. Cuando luché por medio de la literatura decidieron destruirme; nunca sabré si a causa de ser yo un degenerado ex presidiario que rehusaba llevar el hábito de penitencia, o un negro que no aceptaba el problema de los suyos como propio”, apunta en el primer tomo de su autobiografía, La cualidad del sufrimiento (Ed. Júcar, 1988). Ese destino de escritor ignorado lo compartió con el otro escritor de su generación que ya conocemos, Jim Thompson.
Como complemento de la novela elegida, la primera de la serie, os recomiendo también Empieza el calor, para que el calor de un verano de Harlem de los años 60 del XX (la primera edición de esta novela es de 1966) nos consuele del inminente calor de Valencia. Y como regalo especial: Un ciego con una pistola. Ambas novelas cierran la serie de ocho narraciones protagonizadas por Ataúd Johnson y Sepulturero Jones, esta última se publicó originalmente en 1969, cuando Chester Himes acababa de instalarse en Moraira con su tercera esposa: Lesley Packard, en donde moriría finalmente. Tenéis estos pormenores en su biografía.
Espero que las disfrutéis, hasta el próximo miércoles 5 de abril a la hora acostumbrada.
La cronología siempre es el criterio rey para mí (sin que tenga que resultar rígida) y la cronología de los 60, nos enfrentaba a un dilema: o seguir en Estados unidos y conocer a Chester Himes, que pese a su peculiar estilo caótico no resulta fácil dejar de leer y de disfrutar, o nos toca volver a cruzar el charco y ver qué era lo que estaba pasando en Europa. Y la renovación de la novela policíaca (o si somos rigurosos, de la narrativa criminal en forma de tal) se produce en Suecia y se va a quedar en Escandinavia casi desde entonces. Simenon no puede hacer olvidar su condición de escritor de derechas (brillante y realista, incluso crítico) pero con un pasado tenebroso; los españoles se van a debatir entre la imitación de la novela negra americana (Reverte, Madrid), su epifanía (Vázquez Montalván) o la adaptación al costumbrismo (García Pavón); los franceses entre la novela política de izquierdas (Manchette) y el psicodrama de suspense (Narjenac & Boileau, inspiradores del Vértigo de Hitchcock); los italianos entre la ruptura de Servanenko y el estilismo de Giovanni; los ingleses aferrados al formalismo de P. D. James… Es entonces cuando en 1965 aparece una pareja de periodistas suecos, Maj Söjwall y Per Wahlöö, que publica una novela: Rosseanna… El cadáver de una chica aparece en Estocolmo cuando se draga un canal… Nadie la ha echado de menos, nadie conoce su identidad, no hay presión mediática ni policial por resolver el asunto, sólo la tenacidad de un policía sin cualidades ni atractivos especiales, un hombre normal, incluso algo gris, con problema familiares de lo más vulgares, Martin Beck. Desde ese año, las traducciones de las novelas de Maj Söjwall y Per Wahlöö se multplican, y con el certificado de calidad sueco los países del sur de Europa (incluida Francia) empiezan a contemplar la posibilidad de que existan policías con el mismo nivel de honradez y heroicidad anónimas que periodistas, detectives privados, abogados o jueces. El patrón de la novelística criminal europea (la americana ya lo ha hecho a su modo, por ejemplo con Chester Himes) cambia y acepta las comisarías de policía como algo más que un escenario sórdido…
La novela elegida para leer este mes por su poder hipnótico es El hombre del balcón, (a parte de Rosseanna que muchos ya habéis leído en el Club de Matisse). Y por si os da tiempo con las vacaciones, la última novela que escribió la pareja: Los Terroristas, para que podáis comparar la evolución de los personajes y de las circunstancias.
Si tenéis alguna duda sobre lo que os digo podéis leer los prólogos a las dos primeras novelas esta pareja de dos escritores poco sospechosos de mediocres y desde luego nada de ingratos: Henning Mankell y Jo Nesbo. Ambos reconocen la deuda con los dos periodistas suecos. Desde luego, la tienen. Y no hubiera importado que no hubieran sido conscientes de ello.
Os espero a todos el próximo miércoles 12 de marzo en nuestro Club del Jordi de Santa Jordi a las 7,30, para compartir nuestras opiniones acerca de estas dos novelas, o al menos, de la primera de ellas. Espero que las disfrutéis.
Nos iba haciendo falta ya un revulsivo, un escritor que no sea como esperamos y que ni siquiera nos inspire muchas esperanzas de que vaya a ser mejor que como lo esperamos…, como nos ocurrió con Horace Mccoy hace tiempo, o con David Goodis hace aún un poco más, o como nos pasó por aclamación con el desconocido Cornell Woolrich (William Irish). Un escritor del que tengamos referencias encontradas y con fama de escritor no ya de segunda división o de carácter menor, sino de escritor «malo» en todo el amplio sentido de la palabra, no sólo malo por no ser de calidad indiscutible y reconocida por la opinión instalada, sino además malo por ser algo (o mucho, o demasiado) «facha». Maravillosa palabra que ya soy incapaz de usar sin entrecomillar porque siempre califica más a quien la profiere que a quien pretende denotar. Un escritor, además, que resulte imprescindible conocer para un grupo de connaisseurs como nosotros por su relativa relevancia.
En fin, se trata de tener un buen motivo para discutir a fondo y a gusto.
Y teníamos dos buenos candidatos, ambos surgidos en los cincuenta y extendida su obra con profusión durante los sesenta y los setenta. Dos escritores que casi nunca figuran en ninguna antología o colección de tapa dura dedicada a la «novela negra» y ni tan siquiera en esas colecciones más humildes que se autotitulaban como de misterio, de intriga o policíacas. Hablo de Michael Avallone y de Mickey Spillane. El primero, autor de una serie de novelas con un detective Ed Noon que era claramente republicano y seguidor de Nixon, (autor también de personajes que pasaron a series de TV como Mannix). Ed Noon es un detective rico con un lujoso despacho en Central Park en Nueva York y siente desprecio por «los hippies, los pederastas, los pacifistas, los disidentes, los negros militantes, las mujeres liberadas, las melenas y demás obsesiones de John Wayne»… Su novela más explícita es Shoot in again, Sam, aparecida en 1972 en plena guerra de Vietnam, en la que Noon, casi un agente especial de Nixon, acompaña los restos mortales de un célebre actor patriota americano a bordo de un tren que es desviado por los chinos… Novela seria y paródica a un tiempo, Claude Benoit dixit… Ed Noon es contemporáneo del Lew Archer de Ross MacDonald que ya leímos y casi su contrario desde el punto de vista político. Lamentablemente, en la búsqueda de las obras de Avallone sólo hemos encontrado traducida su novela El espía nº 13 bajo el seudónimo de Nick Carter, cuya temática cae un poco fuera del género criminal.
El segundo, Mickey Spillane también promete: “Cualquiera que no reconozca la importancia de Mickey Spillane es un idiota”. Con esta sentencia se despachaba Max Allan Collins, escritor de novelas policíacas y guionista de tiras de prensa como Dick Tracy o Batman. “Y estoy de acuerdo con él”, nos advierte Manuel Rivas en Bibliópolis, cuando nos presenta a este controvertido escritor. Como para que nos vayamos preparando. Pero no ha sido el único que se ha despachado con Spillane: «Despreciado por otros autores, como Raymond Chandler que le llamó escritor «Gorila», Spillane sólo reconoció la influencia en sus escritos de John Carroll Daly, creador del detective privado Race Williams. Pese a las acusaciones de retrógrado, machista y violento, sus libros estuvieron durante años en las listas de best-sellers, llegando a vender 200 millones de libros», nos explica Alice Silver en Detectives de libro (probablemente disfrazado tras su alias). El detective que elije como protagonista Spillane es Mike Hammer. Y de él podemos leer hasta cuatro novelas, pero creo que vamos a quedarnos con la primera (como es buena costumbre de nuestro club) en donde crea a Hammer, su detective, en una aventura de venganza y justicia: Yo el jurado.
No voy a ocultar que leí a Hammer hace unos años con esa curiosidad morbosa del que busca las fuentes del Nilo, más humildemente, las de esa tradición gorilácea que nos ha dado el cine americano de Harry el Sucio y de esas películas sudorosas y violentas estilo Charles Bronson o Jack Palance y otras muchas, tradicionalmente ignoradas por la versión instalada en España de la «novela negra», sólo dispuesta a tolerar historias violentas o sangrientas procedentes del «nordic noir», vaya usted a saber por qué… Y confieso que Spillane no acabó de gustarme. Pero vamos a darle a él y a su coetáneo Avallone una oportunidad. Si alguien lo disfruta, sugiero una segunda novela de Spillane, Un caso tortuoso, por si tenéis tiempo de leerla.